La ley mosaica había mencionado la responsabilidad de amar al prójimo, despojándose de actitudes de venganza y de rencor (Lv. 19:18). Tristemente, este mandamiento fue desobedecido por el pueblo judío. Para ellos era más importante el legalismo, la religiosidad (superficial) y el egoísmo, que expresar el amor de Dios al prójimo. Ellos despreciaban a unos y se congraciaban con otros. Por ejemplo; rechazaron a los samaritanos y no hacían tratos con ellos (Jn. 4:9), al ciego sanado por Cristo los excomulgaron de la sinagoga (Jn. 9:34), con alevosía y envidia querían matar a Lázaro y a Cristo. (Jn. 11:53).

Con la venida del Mesías, el amor al prójimo toma un nuevo sentido y una nueva expresión; el amor sacrificial. Nuestro Señor demostró este tipo de amor hacia todo ser humano sin condiciones. Por amor se entrega en sacrificio redentor por toda la humanidad (Jn 3:16), movido por amor muere por sus amigos y enemigos (Jn. 15:13; Ro. 5:7-8) y por amor restaura a sus discípulos que habían abandonado la fe y sus ministerios (Jn. 21:15-22). Amar de esta manera se convierte en “uno nuevo mandamiento”, implica reconocer a Cristo como el modelo de un amor incondicional y sacrificial hacia el prójimo (1 Jn. 3:16).
Nuestra sociedad postmoderna está caracterizada por el egoísmo, la búsqueda de la satisfacción personal, la explotación del más fuerte hacia el más débil, la indiferencia a las necesidades espirituales y afectivas del prójimo, etc. Por tal motivo, como comunidad de discípulos y seguidores de Cristo, tenemos la responsabilidad de dar testimonio viviente al mundo, practicando el amor incondicional entre sus miembros y al prójimo. Es nuestro deber ser un oasis de amor sacrificial entre el círculo de nuestros seres conocidos y hacia nuestros semejantes.